Kennedy
Londres, Inglaterra, agosto de 2016
Kennedy Grey se masajeó las sientes con los dedos. Se había tomado dos cafés solos triples, y el dolor punzante leve que sentía había empezado a parecerse a una migraña. No por el café, que prácticamente le corría por las venas la mayoría de los días, sino porque el candidato anterior había probado su paciencia hasta llevarla al límite. «¿La comida es segura? ¿No está Singapur en China? ¿No están prohibidos los gais en China? ¿Y habrá algún beneficio extra?». Podía aceptar las preguntas sobre la comida, sobre todo si el candidato tenía alergias o intolerancias. Incluso podía entender que no estuvieran familiarizados con la geografía del destino del viaje; por esa misma razón había llevado un mapa de Asia en el que había rodeado Singapur. Pero preguntar si habría algún beneficio extra había sido la gota que colmaba el vaso. El anuncio había sido lo bastante claro en lo que a la remuneración respectaba.
Por segunda vez esa tarde, Kennedy consideró tirar la toalla y abandonar la maldita idea. A lo mejor ese era el año en el que hacer un cambio. Después de todo, las señales de locura estaban por todas partes: un presentador de un concurso de televisión elegido para presentarse como el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos y la gente de Gran Bretaña pidiéndole el divorcio a Europa.
Al salir de la universidad sin un penique a su nombre, él hubiera peleado con quien hiciera falta por un trabajo caído del cielo como ese. Deslizó el ratón por la pantalla del portátil hasta el tablón de anuncios de la sociedad gay de Reino Unido y releyó el anuncio.
Se busca acompañante para viaje gay.
Que viva en o cerca de Londres. Debe tener un pasaporte de diez años al que le queden al menos siete meses de vigencia y estar libre para viajar al extranjero durante todo el mes de septiembre de 2016. El candidato deberá tener idealmente entre 21 y 25 años, no ser fumador, ser bebedor social, no tomar drogas y tiene que ser capaz de interpretar el papel de novio abnegado frente al círculo de amigos cercanos del patrocinador masculino. La experiencia en actuación es una ventaja. Se considera cualquier etnia.
El candidato que tenga éxito recibirá unas vacaciones con todos los gastos pagados en el sureste de Asia, empezando con un vuelo desde Heathrow hasta el aeropuerto de Changi en Singapur, una estancia de tres noches en Singapur, seguida de un crucero gay de 14 días hasta Hong Kong. Después de una estancia de dos noches en Hong Kong, las vacaciones terminarán con un vuelo a Bali, Indonesia, y ocho noches en la casa privada de lujo del anunciante.
El candidato recibirá un pago garantizado de cinco mil libras en efectivo por sus servicios y un extra discrecional si sus servicios superan las expectativas.
Si estás interesado, por favor responde a gayvaccom@moodle.com con una fotografía reciente (solo de cara, gracias) y tu curriculum vitae para encontrar una fecha adecuada para una entrevista.
¿Y qué si el anuncio rozaba lo políticamente incorrecto? El personal de marketing de UKGS le había asegurado que no había violado ninguna norma o código de publicidad. Además, la línea sobre «superar las expectativas» se había añadido ese año, tras la sugerencia de su mejor amiga, Steph. Era un añadido bastante seguro, ya que durante los tres últimos años nadie lo había logrado.
De todas formas, la lista de requisitos del anuncio solo contaba la mitad de la historia. Levantó la vista y examinó la cafetería. Incluso un par de los jóvenes sentados en varias de las mesas hubieran podido cumplirla. En su cabeza, Kennedy tenía una lista no hablada de otros requisitos, una no documentable, como que su acompañante fuera un yogurín musculado y dulce, tan bonito como una boda real, pero con una inteligencia relativamente baja. No debería pasar del metro sesenta y siete y definitivamente debería ser más bajo que él, que media un metro setenta y siete. Y, lo más importante, necesitaba obedecer completa y absolutamente las órdenes y los deseos de Kennedy. Para terminar, una vez le hubiera pagado y hubieran vuelto a la vieja madre Inglaterra, nunca quería volver a estar en contacto con él.
Desde que había roto con Patrick, su pareja durante nueve años, había insistido en seguir uniéndose a los viajes anuales de sus amigos a diferentes lugares del mundo (el único descanso que se tomaba al año de la oficina y la sala de juntas), pero cada año con un conocido joven y hermoso. Sí, a lo mejor llevar un yogurín como acompañante gritaba vanidad o incluso desesperación, sobre todo para alguien con más de cuarenta años cuyo pelo ya empezaba a tener mechones grises en las sienes. Pero la pura verdad era que mientras Kennedy encontraba reunirse y hablar con gente por negocios fácil, socializar le resultaba incómodo, sobre todo cuando estaba solo, y siempre se había apoyado en que Patrick fuera el catalizador cuando se encontraban con amigos, viejos y nuevos. Por eso, durante los últimos cuatro años, había pagado para que alguien le acompañara.
Los festivales gais de Palm Springs, ir de isla en isla en Hawái, una ruta gay por Barcelona y Sitges y un crucero de las islas griegas con una semana en Mykonos.
¿Era pura cultura? A lo mejor no. Pero era un descanso bienvenido de la castigadora vida laboral.
Ollie, su primera elección después de romper con Patrick, había resultado ser perfecto. Había sido becario en la compañía de seguridad de Kennedy, y el Adonis rubio había flirteado descaradamente con él y el resto de los trabajadores masculinos, fueran gais o heteros. Y aunque Kennedy se había sentido halagado y había estado tentado, nunca había caído en la tentación. Sin embargo, cuando terminó su contrato de becario, había insistido en mantenerse en contacto. Después de que Patrick se fuera, Ollie había sido la elección natural como acompañante. Tal y como estaban las cosas había resultado ser perfecto, porque Ollie había perdido el trabajo recientemente, así que Kennedy había endulzado el trato ofreciéndole una suma de dinero para acompañarle. Así era como el arreglo había empezado.
Ese primer año el viaje había ido tan bien que Kennedy no solo había mantenido el contacto, sino que había invitado a Ollie una segunda vez. Aquello resultó ser un error tremendo, porque Ollie había interpretado el gesto de manera incorrecta y pensado no solo que eran iguales, sino que además estaban yendo en serio. Y Kennedy ya no iba «en serio» con nadie.
Si sus amigos sospechaban algo, no decían nada. Steph era la única que sabía la verdad. Y él se aseguraba de decirles a los candidatos que el acuerdo será estrictamente no sexual, a no ser que quisieran más, que era como la idea del naipe había nacido. Pero, más que nada, quería un acompañante, no un prostituto. Si hubiera significado algo para cualquiera de ellos, habría citado la novela Una habitación con vistas de E. M. Forster y el arreglo de carabina entre las dos protagonistas. Pero después de haberle mencionado la referencia a Ollie y que le hubiera soltado una retahíla sobre «esa película vieja de James Bond que siguen poniendo en Netflix», había dejado de molestarse en explicarlo.
Por primera vez desde que Patrick había roto con él, estaba planteándose si debería abandonar el teatro, coger el toro por los cuernos y presentarse solo. Solo se habían apuntado cinco amigos al viaje de ese año tras la debacle del año anterior, y uno de ellos era Leonard Day. Kennedy no solo sentía algo por él, sino que además respetaba su visión de negocios. A lo mejor ese año finalmente le revelaría sus sentimientos. Ojalá Leonard no tuviera su propio bagaje emocional.
Pero que Kennedy fuera acompañado de un yogurín se había convertido en una tradición, una broma entre sus amigos, y no querría decepcionarles.
—Perdona. ¿Eres Kennedy Grey?
Kennedy levantó la vista apartando los pensamientos para encontrarse con un hombre joven extremadamente rubio y extremadamente musculado de pie frente a él. Steph le hubiera etiquetado como «musculitos de esteroides».
—Lo soy, sí. ¿Y tú serías?
—¿Y yo sería qué?
—Tú… ¿Cómo te llamas?
—Francis.
Kennedy miró sus notas. Francis Slade, veinticinco años, la cita de las tres. Diez minutos antes del tiempo acordado. Un punto a su favor. A Kennedy le gustaba la puntualidad.
—Ah, sí, Francis. Siéntate, por favor. ¿Prefieres Francis, Frank o Frankie?
—Francis.
—Bien. ¿Has leído el anuncio?
—Sí.
—Vale. Entonces déjame contarte algunos detalles más y darte unos minutos para relajarte. Después te haré algunas preguntas y al final dejaré que hagas cualquier pregunta que tengas. Tengo que ver a más candidatos, pero te diré si has sido seleccionado o no el viernes como muy tarde. ¿Qué te parece eso?
—Me parece bien.
Tomándose la respuesta como señal para empezar, Kennedy explicó el viaje con más detalle, contándole que en Singapur se quedarían en casa de sus padres. Sin embargo, el acompañante sería presentado como un amigo y tendría su propio dormitorio. Cuando fuera que hablara de cosas específicas, sobre todo los aspectos más crudos, siempre estudiaba cuidadosamente la cara del candidato para ver si algo en la información causaba una reacción. El rostro plano de Francis parecía incapaz de mostrar cualquier tipo de emoción.
Siempre que Kennedy hablaba del crucero y de sus amigos se descubría a sí mismo poniéndose a la defensiva. Sí, podían ser un grupo malhumorado, y un par de acompañantes habían dicho que eran prácticamente maleducados, pero eran sus amigos desde hacía mucho tiempo.
Bali, al final de las vacaciones, no solo era la guinda del pastel, sino también el glaseado, el mazapán y la decoración elaborada. Si el acompañante conseguía sobrevivir hasta entonces, podrían disfrutar de las delicias de esa isla de Indonesia. Para entonces normalmente Kennedy estaría listo para volver al trabajo, así que pasaría la mayor parte de la última semana con el portátil, el teléfono o escribiendo propuestas.
—¿Todo bien hasta ahora?
—Sí —dijo Francis, bostezando y estirando los brazos por encima de la cabeza. Cuando se le estiró la camiseta Kennedy pudo ver la silueta de unos piercings en el pezón a través del material. Tick. Otro punto a favor del chico.
—¿Cuánto mides?
—Uno setenta.
—Excelente —dijo Kennedy, alargando la mano al lado del portátil para coger el documento suplementario—. Aquí tienes una lista de otros requisitos. Necesitarás hacerte un examen médico antes de viajar.
—¿Por qué?
—Por precaución. Para asegurarnos de que estás en plena forma física.
—Soy negativo, si eso es lo que preguntas.
—Eso no es… —Kennedy resopló—. Mira, el año pasado no, el anterior, a mi acompañante le diagnosticaron una apendicitis aguda el tercer día del viaje. Y por una ruptura severa, que hizo que su situación fuera delicada durante un tiempo, tuvo que pasar seis días en un hospital privado de Florida después de lo que, naturalmente, quiso volar directo a casa y estar con su familia. Si se hubiera hecho un examen médico antes del viaje, probablemente hubieran diagnosticado la apendicitis antes, evitando su sufrimiento y el sufrimiento de mi cuenta bancaria.
—No tengo apéndice. Me lo quitaron cuando tenía once años.
—Eso no es… —Kennedy se pasó una mano por el pelo—. Tengo que asegurarme de que la persona que me acompaña está en forma y saludable en todos los aspectos. Y esa condición no es negociable. Así que, si es un problema para ti, tienes que decírmelo ya.
Francis miró el papel durante tanto tiempo que por un momento Kennedy pensó que había cambiado de idea.
—¿Lo pagarás tú?
—¿Cómo dices?
—El examen médico.
—Por supuesto.
—Entonces vale.
—Genial. ¿alguna otra pregunta para mí?
—¿Cuántos años tienes?
—Cuarenta y dos.
Entonces Francis sonrió. Al menos, eso es lo que le pareció a Kennedy. Eso, o el muchacho se había tirado un pedo.
—¿Así que te gustan jóvenes?
Kennedy tuvo que evitar responder que, más que nada, le gustaban obedientes. Y la mayoría de los jóvenes tendían a ser menos autónomos, más dispuestos a complacer, sobre todo porque necesitaban el dinero.
—¿Es eso un problema?
—No. A mí me van los papis.
«Oh, mierda», pensó Kennedy. «Steph va pensar que es el mejor momento de su vida si Francis resulta ser el elegido este año».
—Tengo tu número. Te llamaré el viernes.
Cuando Francis se puso de pie, lo hiciera a propósito o no, volvió a bostezar y estiró los brazos por encima de la cabeza de modo que el bajo de la camiseta se le subió para revelar un abdomen musculado y una línea de pelo rubio oscuro y rizado que desaparecía bajo la cintura de los pantalones.
Kennedy estuvo a punto de darle el trabajo en ese mismo instante.